Odnośniki


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verdad», si es que en realidad lo era.
- Me alegro muchísimo de que lo descubrieras - dije -. Pero lo mejor que hiciste en la
nave fue aquel trabajito de los tintes con la señora García y la señora Royer. Girdie lo
admiró mucho también.
- ¿Es cierto eso? preguntó ansiosamente.
- Claro que sí. Ahora bien, yo nunca le dije que lo habías sido tú. Así que puedes
decírselo personalmente si quieres.
Sonrió encantado.
- A la vieja y encopetada señora Royer le hice algo más, para rematar la cosa. Le metí
un ratón en la cama.
- ¡Clark! ¡Es maravilloso! Pero ¿de dónde sacaste un ratón?
- Llegué a un trato con el gato de la nave.
Ojalá tuviera una familia agradable, normal y ligeramente tonta. Sería mucho más
cómodo. Sin embargo, reconozco que Clark tiene sus ventajas.
Pero no he tenido demasiado tiempo para preocuparme de los crímenes y fechorías de
mi hermano. Venusberg tiene demasiado que ofrecer a una adolescente con cierto gusto,
insospechado hasta ahora, por la buena vida. Especialmente Dexter.
Ya no soy como una leprosa, ya puedo ir a cualquier parte, incluso salir de la ciudad,
sin tener que llevar esa máscara filtrante que me hace parecer un cerdo con los ojos
azules; y el querido Dexter se ha mostrado extraordinariamente ansioso -lo que es muy
adulador para mí- de escoltarme a todas partes. Incluso de compras. Tirando el dinero a
manos llenas, cualquier chica podría gastarse aquí la deuda nacional sólo en ropas. Pero
estoy siendo (casi) sensata y sólo me he gastado la parte del dinero que se me asignó
para Venus. Si no me mostrara firme con él, Dexter me compraría cualquier cosa que yo
admirara, con sólo levantar un dedo. (Porque él nunca lleva dinero encima, ni siquiera
tarjetas de crédito, y hasta da las propinas mediante algún sistema secreto.) Pero no le he
permitido que me comprara nada más importante que un helado; no tengo intenciones de
poner en peligro mi situación por unos vestidos. Un helado de vez en cuando no creo que
me comprometa demasiado, y afortunadamente aún no tengo que preocuparme por mi
silueta: estoy hueca de pies a cabeza.
Así que, después de un día pesadísimo de tiendas, discutiendo los últimos gustos de la
moda, permito que Dexter me lleve a una heladería (tan distinta de la heladería de nuestra
plaza, allá en casa, como el «Tricornio» de una nave de juguete). El se sienta sin apenas
tocar nada y me observa asombrado mientras yo como. Primero una fruslería, como un
helado de fresa, y luego algo más serio como una copa, creada sin duda por un maestro
de arquitectura, compuesta de cremas, jarabes, frutas de importación, nueces, y quizás
un par de docenas de bolas de helado con diversos sabores.
(¡Pobre Girdie! Ella ha de hacer dieta como un estilista todo, el año. Pregunta: ¿Seré
capaz de sacrificarme siempre para mantenerme esbelta y atractiva o engordaré
cómodamente como la señora Grew? El eco contestó no, y no me aterra confesarlo.)
También he de mostrarme firme con Dexter en otros aspectos, pero de un modo más
sutil. Dexter ha resultado ser un maestro de la lógica seductiva y siempre está deseoso de
contarme una historia de cama. Pero no me propongo acabar como una doncella
seducida, no a mi edad. La tragedia de Romeo y Julieta no es que murieran tan jóvenes,
sino que el reflejo «chico-encuentra-chica» fuera tan poderoso como para anular todo
sentido común.
Mis reflejos son magníficos, gracias, y mi equilibrio hormonal perfecto. Los avances
infructuosos de Dexter me hacen sentir una cálida impresión en el estómago y favorecen
mi metabolismo. Tal vez debiera sentirme insultada por sus intenciones con respecto a mí
-y probablemente me ofenderían allá en casa-, pero esto es Venusberg, donde la
distinción entre una proposición indecente y una petición honorable de matrimonio es
puramente mental e incluso un técnico en semántica necesitaría horas de trabajo para
llegar a definirla. Por cuanto yo se, Dexter ya tiene siete esposas en casa, una para cada
día de d semana. No se lo he preguntado, ya que por nada del mundo tengo la intención
de convertirme en la número ocho.
Hablé de esto con Girdie y le pregunté por qué no me sentía «insultada». ¿Se habrían
omitido los circuitos morales en mi cibernética, como indudablemente hicieron con mi
hermano Clark?
Girdie sonrió con esa sonrisa dulce y misteriosa que siempre significa que está
pensando en algo de lo que no se propone hablar con toda claridad y dijo:
- Poddy, a las muchachas se les enseña a sentirse «insultadas» ante tales
proposiciones por su propia protección... Y es una buena idea, tan buena como la de
tener siempre a mano un extintor aunque no se espere un incendio. Pero tienes razón: no
es un insulto, jamás es un insulto. Es el tributo más honesto al encanto y feminidad de
una mujer que el hombre puede ofrecerle. La mayor parte de lo que nos dicen son
mentiras corteses, pero en este tema el hombre siempre es sincero. No veo razón alguna
para sentirse insultada si el hombre lo dice con cortesía y galantería.
Tal vez tengas razón, Girdie. Supongo que, en cierto modo, es un cumplido. Pero ¿por
qué van siempre los chicos detrás de eso? Por lo menos nueve de cada diez veces.
Debes mirarlo a la inversa, Poddy. ¿Por qué habrían de perseguir otra cosa? Detrás de
cada proposición hay millones de años de lógica. Alégrate de que los pobrecitos hayan [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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