Odnośniki
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[ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ] canciones de amor de los vagabundos, de los hombres del espacio privados de mujeres, fueron el resultado directo del hecho de que su concepción de las cosas no resultaba mancillada por abyectas verdades. Eso suavizaba su enfoque, cambiaba su obstinación en versos, y algunas veces incluso en poesía. Ahora tenía todo el tiempo para pensar, tiempo para evocar las más hermosas palabras y obstinarse en un verso hasta que sonara como una verdad en su oído. El monótono compás de la Canción de los Chorros... Cuando el campo está libre, los informes ya listos, cuando la compuerta se cierra, cuando las luces son verdes, cuando todo está comprobado, cuando es hora de rezar, cuando el capitán asiente, cuando los motores rugen... ¡Oye los chorros! Óyelos rugir a tus espaldas cuando estás atado a tu litera; siente tus costillas aplastar tu pecho, siente tu cuello crujir y resistir. Siente el dolor en tu nave. Siente la tensión de su fuerza. ¡Siente cómo sube! ¡Siente cómo avanza! Acero potente, cobrando vida, ¡sobre sus chorros! ...se le ocurrió no mientras era un operador de chorros sino más tarde, cuando vagaba entre Marte y Venus y compartía el tiempo de guardia con un viejo camarada. En Venusburg cantó sus nuevas canciones y algunas de las antiguas en los bares. Alguien pasaba siempre el sombrero por él; normalmente terminaba con la recaudación habitual de los trovadores doblada o triplicada en reconocimiento del galante espíritu que se ocultaba tras aquellos ojos vendados. Era una vida fácil. Cualquier espaciopuerto era su hogar y cualquier nave su transporte privado. Ningún capitán se negaba a transportar la masa extra del ciego Rhysling y su caja de música; viajaba de Venusburg a Leyport y a Drywater y a Nueva Shangai, o al revés, según su antojo. Jamás fue más cerca de la Tierra que la Estación Espacial de Supra-Nueva York. Incluso cuando firmó el contrato para Canciones de las Rutas del Espacio, puso su huella dactilar en un camarote de primera clase en algún lugar entre Luna City y Ganimedes. Horowitz, el editor original, estaba a bordo en su segunda luna de miel y oyó a Rhysling cantar en una fiesta de la nave. Horowitz supo que era una gran cosa para el negocio editorial apenas lo oyó; todo el contenido de Canciones fue grabado en directo en una cinta en la sala de comunicaciones de aquella nave antes de dejar que Rhysling se perdiera de vista. Los siguientes tres volúmenes le fueron estrujados a Rhysling en Venusburg, a donde Horowitz envió a un agente para que lo hiciera beber hasta que hubiera cantado todo lo que era capaz de recordar. ¡Arriba, Nave! no es auténticamente propia de Rhysling. Mucho de ella es de Rhysling, no hay duda, y Canción de los Chorros es incuestionablemente suya, pero la mayor parte de los versos fueron recogidos después de su muerte por gente que lo había conocido durante sus vagabundeos. Las verdes colinas de la Tierra fue creciendo a lo largo de veinte años. Su primitiva versión que conocemos fue compuesta antes de que Rhysling se quedara ciego, durante una sesión de bebidas con algunos de los desdentados hombres de Venus. Los versos se refieren principalmente a las cosas que los trabajadores pensaban hacer cuando volvieran a la Tierra, si alguna vez conseguían pagar todas sus deudas y conseguían regresar a casa. Algunas de las estrofas eran vulgares, algunas no, pero el coro era reconocible como el de Las verdes colinas. Sabemos exactamente cómo nació la versión definitiva de Las verdes colinas, y cuándo. Había una nave en la Isla Ellis de Venus que estaba previsto que efectuara el salto directo de allí hasta los Grandes Lagos, Illinois. Era la vieja Falcon, la más reciente de las de la clase Halcón y la primera en aplicar la nueva política del Trust Harriman de tarifas especiales para un servicio expreso entre las ciudades de la Tierra y cualquier colonia con paradas previstas. Rhysling decidió viajar hasta la Tierra. Quizá su propia canción se le había metido bajo la piel... o quizá simplemente deseara ver su nativo Ozarks una vez más. La compañía ya no permitía viajeros gratuitos; Rhysling lo sabía, pero nunca se le había ocurrido que aquella regla pudiera ser aplicable a él. Se estaba haciendo viejo para un hombre del espacio, y se sentía un poco creído de sus privilegios. No senil... simplemente sabía que era uno de los hitos del espacio, junto con el cometa Halley, los Anillos y la sierra de Brewster. Entraba como un tripulante más en cualquier puerto, bajaba, y se encontraba como en su casa en la primera litera de aceleración vacía. El capitán lo vio cuando hacía la última ronda de inspección en la nave. - ¿Qué está haciendo usted aquí? - preguntó. - Volviendo a la Tierra, capitán - Rhysling no necesitaba ojos para ver los cuatro galones de capitán. - No puede volver en esta nave; conoce las reglas. Levante una pierna y salga de aquí. Vamos a despegar inmediatamente. - El capitán era joven; había entrado en servicio después del período activo de Rhysling, pero éste conocía su tipo... cinco años en el Harriman Hall con sólo prácticas de viaje como cadete en lugar de la sólida y profunda experiencia en el espacio. Los dos hombres no tenían ningún punto de contacto ni en fondo ni en espíritu; el espacio estaba cambiando. - Vamos, capitán, no le negará usted a un viejo el derecho a volver a casa. El oficial vaciló... algunos miembros de la tripulación se habían parado a escuchar. - No puedo. «Ley de Seguridad en el Espacio, cláusula número seis: nadie puede penetrar en el espacio salvo los miembros con licencia de la tripulación de una nave legalizada o un pasajero de pago de tal nave, bajo los reglamentos establecidos por esta ley.» Levántese y vayase. Rhysling se echó hacia atrás, con las manos tras la cabeza. - Si tengo que marcharme, maldita sea mi estampa si voy a andar. Lléveme. El capitán se mordió el labio y dijo: - ¡Oficial de guardia! Llévese a este hombre. El policía de la nave clavó sus ojos en el techo. - No puedo, capitán. Me he dislocado un hombro. - Los otros miembros de la tripulación, presentes un momento antes, habían desaparecido misteriosamente. - ¡Bien, que venga un grupo a hacerlo! - De acuerdo, señor. - Él también desapareció. Rhysling habló de nuevo. - Oiga, capitán... no nos hagamos mala sangre por esto. Puede usted llevarme si quiere... hay la cláusula del «Hombre del espacio en peligro». - ¡«Hombre del espacio en peligro» y un cuerno! Usted no es un hombre del espacio en peligro; es un abogado del espacio. Sé quién es; lleva años rondando por todo el sistema. Bien, no lo hará en mi nave. Esa cláusula se supone que está para socorrer a hombres que han perdido su nave, no para hombres que quieren darse una vuelta gratis. - Bueno, capitán, ¿no podría decir usted que soy un hombre que ha perdido su nave? [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ] |
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