Odnośniki


[ Pobierz całość w formacie PDF ]

puerta en puerta, le sobraron vasos de cerveza y etapas en los bancos de las
plazas para disecar episodios. Las indagaciones en el Cerro habían tenido el
aire exterior de un descargo de conciencia: encontrar, tratar de explicarse,
decir adiós para siempre. Esa tendencia del hombre a terminar limpiamente lo
que hace, sin dejar hilachas colgando. Ahora se daba cuenta (una sombra
saliendo detrás de un ventilador, una mujer con un gato) que no había ido por
eso al Cerro. La psicología analítica lo irritaba, pero era cierto: no había
ido por eso al Cerro. De golpe era un pozo cayendo infinitamente en sí mismo.
Irónicamente se apostrofaba en plena plaza del Congreso: «¿Y a esto le
llamabas búsqueda? ¿Te creías libre? ¿Cómo era aquello de Heráclito? A ver,
repetí los grados de la liberación, para que me ría un poco. Pero si estás en
el fondo del embudo, hermano.» Le hubiera gustado saberse irreparablemente
166
48
envilecido por su descubrimiento, pero lo inquietaba una vaga satisfacción a
la altura del estómago, esa respuesta felina de contentamiento que da el
cuerpo cuando se ríe de las hinquietudes del hespíritu Y se acurruca
cómodamente entre sus costillas, su barriga y la planta de sus pies. Lo malo
era que en el fondo él estaba bastante contento de sentirse así, de no haber
vuelto, de estar siempre de ida aunque no supiera adónde. Por encima de ese
contento lo quemaba como una desesperación del entendimiento a secas, un
reclamo de algo que hubiera querido encarnarse y que ese contento vegetativo
rechazaba pachorriento, mantenía a distancia. Por momentos Oliveira asistía
como espectador a esa discordia, sin querer tomar partido, socarronamente
imparcial. Así vinieron el circo, las mateadas en el patio de don Crespo, los
tangos de Traveler, en todos esos espejos Oliveira se miraba de reojo. Hasta
escribió notas sueltas en un cuaderno que Gekrepten guardaba amorosamente en
el cajón de la cómoda sin atreverse a leer. Despacio se fue dando cuenta de
que la visita al Cerro había estado bien, precisamente porque se había
fundado en otras razones que las supuestas. Saberse enamorado de la Maga no
era un fracaso ni una fijación en un orden caduco; un amor que podía
prescindir de su objeto, que en la nada encontraba su alimento, se sumaba
quizá a otras fuerzas, las articulaba y las fundía en un impulso que
destruiría alguna vez ese contento visceral del cuerpo hinchado de cerveza y
papas fritas. Todas esas palabras que usaba para llenar el cuaderno entre
grandes manotazos al aire y silbidos chirriantes, lo hacían reír una
barbaridad. Traveler acababa asomándose a la ventana para pedirle que se
callara un poco. Pero otras veces Oliveira encontraba cierta paz en las
ocupaciones manuales, como enderezar clavos o deshacer un hilo sisal para
construir con sus fibras un delicado laberinto que pegaba contra la pantalla
de la lámpara y que Gekrepten calificaba de elegante. Tal vez el amor fuera
el enriquecimiento más alto, un dador de ser; pero sólo malográndolo se podía
evitar su efecto bumerang, dejarlo correr al olvido y sostenerse, otra vez
solo, en ese nuevo peldaño de realidad abierta y porosa. Matar el objeto
amado, esa vieja sospecha del hombre, era el precio de no detenerse en la
escala, así como la súplica de Fausto al instante que pasaba no podía tener
sentido si a la vez no se lo abandonaba como se posa en la mesa la copa
vacía. Y cosas por el estilo, y mate amargo.
Hubiera sido tan fácil organizar un esquema coherente, un orden de
pensamiento y de vida, una armonía. Bastaba la hipocresía de siempre, elevar
el pasado a valor de experiencia, sacar partido de las arrugas de la cara,
del aire vivido que hay en las sonrisas o los silencios de más de cuarenta
años. Después uno se ponía un traje azul, se peinaba las sienes plateadas y
entraba en las exposiciones de pintura, en la Sade y en el Richmond,
reconciliado con el mundo. Un escepticismo discreto, un aire de estar de
vuelta, un ingreso cadencioso en la madurez, en el matrimonio, en el sermón
paterno a la hora del asado o de la libreta de clasificaciones
insatisfactoria. Te lo digo porque yo he vivido mucho. Yo que he viajado.
Cuando yo era muchacho. Son todas iguales, te lo digo yo. Te hablo por
experiencia, m hijo. Vos todavía no conocés la vida.
Y todo eso tan ridículo y gregario podía ser peor todavía en otros planos, [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • brzydula.pev.pl

  • Sitedesign by AltusUmbrae.