Odnośniki


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Tomó la tabaquera de estaño y la miró fijamente.
 Nieve, Khan  murmuró . Un copo de nieve.  Se encogió de hombros . O dos.
Abrió la caja.
El Khan estiró la mano y le golpeó con ella.
 No necesito ayuda  dijo cortésmente.
Sólo se derramó la mitad, y quizá la mitad estropeada. Cromis, sacó el resto y cerró la
caja cuidadosamente. Se detuvo, cepillándose la suciedad de las rodillas.
 Tu madre era una cerda  dijo. Dejó que el Khan viera algunas pulgadas de la
espada sin nombre . Ponía enfermos a los hombres.
 Ni que eso fuese un misterio para mí. Vamos, lord Cromis, está amaneciendo.
Por unos minutos, la nieve vaciló.
4
 Nadie ha estado aquí en cien años.
En el extremo noroeste del Pantano, donde la concentración de sales de metal del
Desierto Herrumbroso empezaba a descender, crecía una vegetación más saludable: los
sauces lloraban sobre las corrientes de agua, los cañaverales eran crema y marrón,
chirriando en el frío viento. Pero las malformaciones eran más sutiles y más molestas...,
algo en la situación de los árboles, la proporción de las facciones de los insectos..., no
había una disminución aparente de la tristeza.
 Una pena. Si el sitio estuviera bien reflejado en los mapas, podríamos ir directamente
y evitar...
 Una muerte.
 Algunas dificultades.
Una antigua torre redonda se alzaba por encima de los árboles. Construida con piedra
amarillenta en algún momento en que la tierra era firme, estaba ya torcida, deteriorada
como un viejo hueso. Filamentos de hiedra muerta se arrastraban sobre ella; en la base
había espinos y alisos; un marchito abu-lace crecía en una alta ventana, sus ramas
traqueteantes habitadas por pequeños pájaros cautelosos.
Al acercarse a la torre, vieron que los pisos inferiores se habían hundido en la tierra: las
bajas y rectangulares aberturas esparcidas alrededor, en las húmedas paredes, resultaron
ser ventanas. A tres o cuatro pies por encima del mantillo del suelo había un cinturón
formado por una cinta de hongos, como un anélido en el miembro de un hombre enfermo.
 Los libros de mi padre citaban la existencia de una torre hundida, pero situada al
este.  Vivirás para corregirlos.
 Quizá.  Cromis hizo avanzar a su caballo, desenvainando la espada. Los pájaros
echaron a volar saliendo de las zarzas. La nieve empezó a caer nuevamente, copos más
menudos pero más abundantes . ¿Seremos tan temerarios como para acercarnos
abiertamente?
El Khan desmontó de la gran yegua ruana y estudió la profunda, desmañada pista del
baan. Una senda de ramas rotas y juncias aplastadas acababa en un calvero pisoteado
frente a una de las ventanas hundidas: como si la cosa no pusiera cuidado en la
seguridad de su madriguera. El Khan se rascó la cabeza.
 Sí.
Miró hacia la torre, sin decir nada durante algunos minutos. Nieve grisácea remolineó
alrededor de su inmóvil figura, posándosele brevemente en la barba. La capa ondeó y
chasqueó en el viento mientras el Khan acariciaba el pomo del sable incómodamente. Iba
a acercarse un poco a la abierta oscuridad. A sus espaldas, hubo un sonido de pasos de
caballos. Finalmente dijo:
 Temo lo que podamos encontrar. Es demasiado pequeña.
Cromis asintió.
 Quédate aquí, vigilando.
 Iré si quiero. Estás loco si intentas hacerlo solo.
Cromis se quitó la capa.
 Hay algo pendiente entre nosotros. No le concierne a nadie más. Tú no tienes
ninguna responsabilidad en todo esto. Espera mi vuelta.
La visibilidad acababa a diez pasos. Mirando a través de una blanca cortina cambiante,
la cara del Khan permanecía sin expresión; pero sus ojos parecían perplejos y heridos.
Cromis colocó la capa sobre los cuartos traseros de su tembloroso caballo y, luego,
avanzó rápidamente hacia la hundida ventana. La nieve se amontonaba en el umbral.
Sintió la mirada del Khan fija en él.
 ¡Déjame!  gritó en el viento . ¡No te necesito!
Se agachó, apoyándose en manos y rodillas, intentando mantener ante él la espada sin
nombre. Una extraña mezcla de olores cascabeleó saliendo de la ranura y chocando con
su cara: el hedor a estiércol podrido, revestido por un fuerte, agradable almizcle.
Tosió. Contra su voluntad, se rezagó. Escuchó al Khan llamarle desde muy lejos.
Avergonzado, metió la cabeza por el agujero moviéndola frenéticamente.
Estaba oscuro y no encontró nada.
Intentó levantarse; se puso medio vertical, golpeándose la cabeza en el húmedo techo.
Puertas para enanos, pensó, puertas para enanos. Frío, sucio líquido goteó sobre su
cabello y le cayó sobre el carrillo. Se puso en cuclillas, tropezando, lanzando una
estocada con la espada y sollozando desagradables desafíos. Patinó sobre una superficie
podrida y suave; volvió a caer. La espada soltó chispazos naranjas de una de las paredes.
Sintió un miedo terrible a que hubiese algo tras él.
Bailó, golpeando amargamente.
La madriguera estaba vacía.
Envainó la espada y lloró.
 ¡Yo no quería!  dijo su niñez: estaba perdido en los anaqueles de la biblioteca,
intentando encontrar el modo de matar a la Bestia . ¡No quería venir aquí!
Siguió en el estiércol, tanteando al azar; agarró la hoja de la espada y se laceró la
palma de la mano. Se retorció a través de la ventana, saliendo a la nieve ciega.
 ¡Khan!  gritó . ¡Khan!
Se enderezó, apoyándose en la espada como si ésta fuese una muleta. Sangraba. Dio
varios pasos inseguros, buscando los caballos con la mirada. Se habían ido.
Dio tres vueltas corriendo a la base de la construcción, gritando. Confundido por la
nieve  fijarse en los árboles, que producía duros contrastes, favorecía la distorsión del
paisaje le resultaba difícil localizar su punto de partida. El accidente con la espada le
había dejado tres dedos inútiles, cortados los tendones. Después de frotarse la herida con [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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