Odnośniki


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distracción . Comprendo perfectamente que usted no conoce nada ni a nadie de
aquí, y que le sorprenden mis familiares referencias con respecto a los dignos
habitantes de esta casa. Ya le digo que lo comprendo y que debiera haberlo
pensado antes. Sin embargo, trataremos de arreglarlo. Empezaremos por mi
misma, ¿no le parece? Me llamo Marian Halcombe, y, por lo tanto, falto a la
verdad, como hacemos generalmente las mujeres, considerando tío mío al señor
Fairlie y hermana mía a su hija. Mi madre se casó dos veces, la primera con el
señor Halcombe, mi padre, la segunda con el señor Fairlie, padre de mi
hermanastra. Exceptuando el hecho de que ambas seamos huérfanas de madre,
somos, en todos sentidos, bastante diferentes la una de la otra. Mi padre fué un
hombre pobre, y el de la señorita Fairlie, un hombre rico. Yo nada tengo, y ella
posee una fortuna. Yo soy morena y fea, y ella rubia y bonita. Todo el mundo dice
que soy excéntrica y rara, y no sin razón, y todas consideran a mi hermana dulce y
encantadora, y esto con mayor razón, sin duda. En una palabra, que ella es un
ángel y yo... Pruebe usted esta mermelada, señor Hartright, y, por favor, en
nombre de la corrección femenina, tenga la bondad de terminar esta frase, que a mi
no me es posible. Con respecto al señor Fairlie, ¿qué puedo decirle? Le aseguro
que no lo sé. Probablemente le mandará llamar después del desayuno, y mejor es
que le juzgue usted por las propias impresiones que le produzca. Por mi parte, le
informaré tan sólo diciéndole que es el hermano menor del difunto señor Fairlie,
soltero y tutor de su sobrina. Yo no quisiera vivir sin ella, y ella no puede vivir sin
mí. Por esta razón me encuentro en Limmeridge House. Mi hermana y yo nos
queremos sinceramente, lo que probablemente, es inverosímil en estas
circunstancias. Su posición, señor Hartright, es muy delicada, agradará usted a las
dos, o no agradará a ninguna, y lo que es peor aún, habrá de contentarse con
nuestra única compañía. La señora Vesey es una excelente persona. Posee todas
las principales virtudes y, en realidad, es como si no existiese. Y en cuanto, al
señor Fairlie, está demasiado enfermo para poder hacer compañía a alguien. Yo
ignoro lo que le aqueja. Los médicos también, y él no sabe decirlo. Todos
suponemos, no obstante, que son los nervios. Pero no sabemos qué decir. Sin
embargo, le aconsejo que siga usted, cuando le vea, sus inocentes manías; admire
su colección de monedas, de grabados y acuarelas, y ganará su corazón. Le
aseguro que si le es a usted suficiente una vida campestre habrá de sentirse muy
bien aquí, entre nosotros. Desde la hora del desayuno hasta la de la comida no
tendrá usted más remedio que entretenerse con los dibujos del señor Fairlie.
Luego, mi hermana y yo tomaremos nuestras cajas de colores y saldremos al
campo con objeto de calumniar a la naturaleza, bajo su dirección. Su capricho
favorito es dibujar (hablo, naturalmente, de mi hermana, no de mí), pero
comprendo que las mujeres no podrán nunca llegar a dibujar bien. Su inteligencia
es muy superficial y poco observadora su mirada. Sin embargo, no importa. A ella
le gusta y por complacerla hay que emborronar papel y gastar colores con la gracia
que pueda tener cualquier joven bien educado. Por lo que respecta a las noches,
procuraremos por nuestra parte que las pase usted lo menos mal posible. La
señorita Fairlie toca maravillosamente el piano. Yo no conozco las notas, pero sí
podemos jugar una partida de ajedrez o ecarté, y, naturalmente, con las inevitables
deficiencias femeninas, le puedo acompañar a jugar al billar. ¿Qué le parece este
programa? ¿Cree usted posible soportar esta vida tan tranquila y monótona?
¿Estará usted tal vez deseando cambios y aventuras, y le acuciará el deseo de dejar
inmediatamente los bosques de Limmeridge?
Todo esto fué dicho con la sencilla gracia y espontaneidad que la caracterizaba, y
sin otra interrupción por mi parte que los obligados murmullos de cortesía. Pero la
palabra «aventuras», aun cuando había sido pronunciada con un sentido muy
diferente, me recordó de pronto el encuentro con la mujer del traje blanco, y me
propuse descubrir la relación que podría existir entre la desconocida fugitiva del
manicomio y la difunta propietaria de Limmeridge Rouse.
 Aun cuando yo fuera el más aventurero de los hombres  le dije , le aseguro a
usted, señorita que no tendría ningún interés en desear vivirlas, por lo menos
durante algún tiempo. La noche antes de salir de Londres ya me ocurrió una cuyo
recuerdo, se lo aseguro a usted, durará mucho más que el tiempo que habite en
Cumberland.
 ¿Qué es lo que dice usted, señor Hartright? ¿Puedo conocer esa aventura?
 Tiene usted perfecto derecho. Su heroína me fué perfectamente desconocida, y
tal vez lo sea también para usted. Pero sus labios pronunciaron con un equívoco
acento de gratitud y cariño el nombre de la difunta señora Fairlic.
 ¡El nombre de mí madre! Me interesa, extraordinariamente. Le suplico que
continúe.
Conté entonces mi encuentro con la mujer del traje blanco, tal y como había
ocurrido, y palabra por palabra repetí aquellas que ella dijo con respecto a la [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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